Lee en exclusiva el primer relato de La Alta República en Español

Traducción por Mario Tormo
La revista Star Wars Insider recupera en su último número los relatos cortos canónicos y lo hace con la primera parte de Starlight, Go Together, una historia escrita por Charles Soule y enmarcada en La Alta República. Os traemos la traducción en exclusiva.
Starlight:
VAMOS JUNTOS
(Primera parte)
El Borde Exterior. La Baliza Starlight.
Joss Adren recogió un montón de ropa sucia y manchada de grasa del suelo. Se lo pensó un momento y luego hizo una bola y la metió encima de la ropa limpia que ya había echado dentro del saco que estaba usando de equipaje.
Echó un vistazo al dormitorio. Nada que necesitase. Siempre viajaba ligero cuando trabajaba.
—Todo listo —dijo, tirando el saco sobre la cama, al lado de varias maletas pequeñas que contenían la ropa de su mujer, preparada horas antes, y apostaría cien créditos a que no había ningún calcetín sucio en ninguna de ellas.
–¿Estás lista? —-le preguntó Joss, hablando hacia la pequeña sala de estar que completaba el resto de su espacio personal a bordo de la Baliza Starlight.
Estaba magníficamente diseñada, como todo en la estación, pero el espacio en el espacio siempre era escaso.
—Quizá podríamos comer algo antes de irnos de aquí —añadió.
Las cantinas en la Baliza Starlight eran excelentes, servían platos de todo el Borde Exterior, para mostrar las distintas culturas que integraban este lejano extremo de la República. Este principio se trasladaba a toda la estación. Su estructura usaba minerales metálicos de muchos mundos diferentes y contaba con artesanos, contratistas y personal de planetas de todo los Territorios del Borde Exterior.
La Baliza Starligh era una maravilla. Joss nunca había visto nada igual, y eso que su trabajo le había llevado por media galaxia.
Él y Pikka eran gestores de proyectos, especializados en conseguir completar trabajos a gran escala. Resolvieron errores de última hora en el código, silenciaron ruidos de tuberías y se ocuparon de las fugas de refrigerante.
Habían pasado los últimos meses preparando la Baliza Starlight para su inauguración oficial… pero ahora el último tornillo ya estaba atornillado y la última soldadura estaba soldada. Incluso las reservas biológicas estaban completamente guarnecidas. Se las veía solitarias sin los turistas que esperaban recibir para que pudieran tener una ligera idea de la biodiversidad de mundos como Mon Cala y Felucia… Aun así eran exhuberantes y hermosas, incluso los ecosistemas desérticos.
La Baliza Starlight estaba, al fin, terminada, y Joss y Pikka habían jugado un papel importante para que esto fuera así. Razón suficiente para estar orgullosos. Joss no se consideraba demasiado sensible, pero este era un lugar especial, emblema de todo lo que la República Galáctica podría y debería ser. Pero justo en ese momento, Joss estaba deseando salir de allí. Su mujer había planeado unas vacaciones para los dos, a un destino sorpresa. Conociendo a Pikka, sería un lugar espectacular.
Tenían que coger la próxima nave de vuelta a Coruscant, y Pikka había dejado muy claro que no podían llegar tarde. Así que no estaba muy claro por qué, ahora que Joss lo tenía todo listo por fin, ella estaba completamente absorta en su tableta de datos, tecleando, y con la cara arrugada con esa expresión de concentración que a él… Bueno, que le gustaba tanto. Estaba loco por esta mujer. Sobre todo por sus ideas. Ella veía la galaxia de una manera que él no podía, lo que significaba que estaba constantemente sorprendiéndolo y fascinándolo. Pero también amaba su pequeño, que no delicado, cuerpo y su pelo rizado. Pikka lo hacía sentir… En casa. No importaba donde estuvieran, ella era su hogar.
—¿No me dijiste que bajo ninguna circunstancia podía hacer que llegásemos tarde? —dijo Joss.
—¿Hmm? —murmuró Pikka, sin dejar de mirar su datapad.
—¿Qué estás leyendo? —preguntó—. ¿Una apasionante novela de Zeltron?
—Ojalá —dijo ella.
Levantó la tableta de datos. Mostraba el consumo de energía por toda la Baliza Starlight, la energía fluía yendo y viniendo a lo largo de miles de kilómetros de cables y conductos. Una red luminosa con la forma esquematizada de la estación: una gigantesca esfera central con extensiones en forma de torre en cada polo.
—Vale… —dijo Joss sin entenderlo.
—Mira —dijo Pikka señalando un pequeño y único punto de datos—. Es muy alto.
Joss entornó los ojos hacia el datapad.
—Hmm —dijo—. Sí. Aunque no mucho.
—No mucho. Pero si un poco. Y hace un minuto el porcentaje era menos de la mitad.
Joss sabía lo que se mujer estaba pensando. Habían sido contratados para optimizar la Baliza Starlight. Y aunque habían realizado ese trabajo, y esta pequeña subida de tensión era apenas notable, su fantástica esposa se había dado cuenta. Y ahora él también.
Suspiró.
—Vamos a resolverlo.
Ella sonrió.
Pikka se dirigió hacia la puerta, dando por sentado que Joss la seguiría. Todo pensamiento de que pudieran llegar tarde al transporte, y con ello a las vacaciones, se había esfumado de su cabeza.
Josh suspiró de nuevo. A su mujer le encantaban los rompecabezas.

Me encantan los rompecabezas, pensó Pikka, avanzando con determinación a lo largo de un pasillo, centrada sobre todo en la tableta de datos que sostenía con una mano, aunque sintiendo que Joss la seguía de cerca. Siempre sabía cuando su marido estaba cerca, se sentía bien, protegida y reforzada. Nada de eso si no estaba. Así de simple.
Aunque también podía ser porque hacía mucho ruido. Joss no era un hombre pequeño. No le sorprendería descubrir que uno de sus padres fuese un reek.
Dobló una esquina y casi choca contra Shai Tennem, posiblemente la última persona en toda la estación que hubiese querido ver. Shai era un bith, un bith peculiar, puesto a cargo de la supervisión de la Baliza Starlight por la propia Canciller de la República, Lina Soh. Era célebre (o muy conocido) por sus increíblemente exigentes normas. Le irritaría mucho encontrar una anomalía en la transferencia de energía, aunque fuese insignificante.
Y todavía peor, Shai Tennem no estaba solo. Encabezaba lo que parecía ser un grupo de visita. De repente le vino a la cabeza, sí, Joss lo había mencionado. Varios dignatarios de la República habían ido a ver la estación terminada unas semanas antes de que estuviera completamente operativa. Reconoció al almirante Kronara, un oficial de alto rango de la Coalición de Defensa de la República. En cuanto a los demás…
Jedi. Con túnicas blancas y doradas, adornadas con patrones de filigranas estampados por aquí y por allí, y con sus sables de luz enfundados visibles en la cadera o colgando sobre el pecho.

Una humana alta y rubia, caminando junto a un hombre de pelo negro con la piel caramelo. Un ithoriano de cráneo curvo y ojos muy abiertos. Una duros hembra. Otra humana peinada con largas y hermosas trenzas grises, al lado de un prominente wookiee de pelaje dorado (Pikka no sabía que hubiera Jedi wookiees).

A puerta cerrada, Joss los llamaba ‘magos espaciales’. Los Jedi tenían extrañas habilidades y poderes, y Pikka imaginaba que podrían hacer uso de esa magia para hacer mucho daño si quisieran. Por su experiencia, la gente poderosa usaba ese poder en beneficio propio. Pero la Orden Jedi no. Ellos eran buenas personas. Increíble e incontestablemente bondadosos, consagrados a ayudar a la gente.
—Ah, Sra. Adren —dijo Shai, con su voz afilada y cortante—. Encantado de verla. Les estoy enseñando la estación a los emisarios de la República.
Tennem se giró para ponerse frente a los Jedi.
—Amigos míos, les presento a Pikka y Joss Adren. Fueron fundamentales para garantizar que la construcción de la Baliza Starlight se hacía en tiempo y sin errores.
—Encantado de conocerles —dijo Joss. Incluso hizo una ligera reverencia.
¿En qué estarán pensando? Pensó Pikka, sintiendo el calor de la tableta de datos entre sus manos.
—Igualmente —respondió sonriendo la Jedi rubia—. Gracias por su trabajo. Este sitio es increíble.
—¿Por qué no se unen a nosotros? —dijo Shai a Joss—. Estoy seguro de que pueden ofrecernos información adicional sobre la estación Starlight que seguro sería de interés para nuestros invitados.
Pikka echó un vistazo a su datapad. Ese pequeño incremento en el consumo de energía que había descubierto estaba a punto de convertirse en una sobrecarga. Apretó los dientes.
El Jedi wookiee estaba mirándola. Ladeó la cabeza.
¿Me está leyendo el pensamiento? Pensó ella.
—Joss, deberíamos irnos —dijo Pikka, esperando que Joss también pudiera leerle la mente—. No podemos llegar tarde.
Él le lanzo una mirada rápida.
—Cierto —dijo Joss volviéndose hacia el almirante—. De hecho vamos a aprovechar el viaje de vuelta con ustedes.
Kronara lo confirmó asintiendo levemente.
—Vamos ahora de camino al hangar. Joss, ¿no es así? Yo me daría prisa en llegar, o nos iremos sin tí.
Shai Tennem habló.
—Perfecto. Acompáñennos los dos. Unos droides de transporte pueden traer las pertenencias de sus dependencias.
La frecuencia cardiaca de Pikka se disparó. Iba a tener que exponer el problema frente a Shai, ¿no? Delante de esta importante gente, tendría que ponerse en ridículo a sí misma y al administrador de la estación. Peor aún, esto podría convertirse, de hecho, en un verdadero problema. Tenían que marcharse, para descubrir si el problema de energía no era más que un error.
Por el rabillo del ojo vio que el wookiee se giraba hacia la Jedi de pelo cano y susurraba discretamente en su lenguaje. La mujer alzó una mano.
—En realidad, administrador Tennem —dijo la Jedi—, ¿no deberían los Adrens disfrutar de sus últimos momentos en la estación antes de partir? Parece que ya han hecho lo que les correspondía para con la Baliza Starlight.
Shai asintió con deferencia.
—Como usted diga maestra Assek —dijo.
—Bien —dijo Pikka, tirando del brazo de Joss—. Encantada de conocerles a todos.
Los Jedi se separaron para dejarlos pasar. Pikka estaba pensando que sentía un hormigueo en la piel. Aunque quizá era solamente su imaginación.
Giraron una esquina y le mostró la tableta de datos a Joss.
—Está empeorando —dijo ella con voz calmada.
Joss echó un vistazo. Frunció el ceño.
—Por aquí —dijo, y echó a andar por el pasillo.
Josh almacenaba los mapas en su cabeza; una de las razones por las que era tan bueno en su trabajo. Estudiaba los zonas de trabajo hasta que memorizaba los sistemas y subsistemas, de la misma manera que los cirujanos conocían los cuerpos de sus pacientes. Y la Baliza Starlight no era una excepción.
Desde que Pikka le mostró la lectura de energía anómala su cerebro se había movido a través de ese mapa mental. Estaba concentrándose, recreando la estación en su cabeza, y eso lo llevaba hasta…
Ahí. Conducto 398-GX14, situado detrás de un panel de acceso cerca de la entrada del Templo Jedi de la Starlight.
—Acaba de incrementarse otro veinte porciento —dijo Pikka.
Joss arrugó la frente. Aún no estaban en el nivel de ‘evacúen la estación’, pero si seguía incrementándose…
Abrió la puerta de la caja de registro del Conducto 398-GX14, se arrodilló y miró dentro, recibiendo una bocanada de olor a metal caliente y sobrecargado. Apartó varios mazos de cableado y rápidamente vio el problema. A un metro del conducto, un concentrador de resistencias se había fundido. Estaba actuando como un tope entre los distribuidores de energía, no dejaba pasar la corriente, tan sólo la acumulaba y la incrementaba. Joss ya había visto esto antes; probablemente producido por un cable mal colocado. Aunque hubiera sido originado por un fallo cometido por un droide ensamblador o un técnico, un pequeño error había creado un lazo de realimentación, en bucle e incrementándose, acelerándose.
Y este conducto en particular era una ramificación que conducía directamente al sistema del reactor principal, lo que significaba…
—Tenemos que arreglar esto ya —dijo Joss con total naturalidad—. Cortocircuitará toda la maldita estación.
—¿Podemos cortar el suministro eléctrico de esta sección? —preguntó Pikka—. ¿Ganar algo de tiempo?
—No tenemos autorización ahora que nuestro contrato ha terminado, y sólo tenemos unos treinta segundos antes de que la sobrecarga sobrepase al concentrador de resistencias. Pero puedo arreglarlo. Conozco un truco: puedo crear un circuito temporal para disipar la energía. Nos irá bien.
Joss sacó una de las llaves que solía llevar siempre con su ropa de trabajo. Nunca sabías cuando ibas a necesitar una llave inglesa. Metió la mano en el conducto… Y se detuvo. Flexionó los dedos, intentó alargar la mano, intentó… Los brazos de Joss eran tan grandes como el resto de su cuerpo; buenos para trabajo de construcción. Buenos para todo tipo de trabajos. Las cicatrices en sus nudillos lo atestiguaban. Pero no eran buenos para meterlos en pequeños conductos eléctricos.
—No va bien. Mi brazo es demasiado grande.
Miró a Pikka. Quedaban quince segundos, más o menos.
—Déjame a mi —dijo ella—. Dime qué hacer.
No protestó. Simplemente le dio la llave a ella.
—Vas a tener que hacerlo al tacto —dijo Joss, mientras su mujer se arrodillaba y metía el brazo por la apertura—. Pero no toques las paredes del conducto. Puedes absorber la carga y electrocutarte.
Pikka lo miró con frutración.
—Joss… No sé lo que estoy haciendo. Soy de sistemas. Tú eres el mecánico.
Puso su mano sobre el brazo de ella.
—Yo te guiaré. Sentiré cuando has llegado al lugar correcto.
Pikka extendió la mano lentamente dentro del conducto. Entondes, de repente, una ligera descarga, transmitida a través de sus brazos y hasta la punta de sus dedos: había encontrado el concentrador.
—Ok —dijo él—. Hay un pequeño enganche al final de la llave. Fíjalo y luego gira hacia la derecha. No mucho, rápido. Gírala este tiempo, ni más ni menos —aumentó su presión con el dedo índice durante un segundo y medio y luego lo apartó.
—¿Lo tienes?
—Sí —dijo ella.
Joss esperaba que fuera así. Y si no funcionaba… Bueno, estaban en contacto. Si la energía acumulada se descargaba a través de su cuerpo, los dos se irían juntos.
Pero no fue así. De repente el pasillo transmitía serenidad, calma. La sensación de vibración había desaparecido, demasiado sutil para escucharla hasta que habo desaparecido.
—Creo que lo he conseguido —dijo Pikka.
—Estamos vivos —respondió Joss—. Las luces siguen encendidas. Dos buenas señales.
Pikka sacó su brazo del conducto con cuidado. Joss se inclinó para mirar y sí, el problema estaba resuelto.
Miró a su mujer.
—Si hubiésemos ido al hangar como teníamos pensado… Si no hubieras ejecutado ese último análisis de los sistemas de la estación…
—Lo sé —dijo Pikka.
Se inclinó hacia delante y le plantó un buen beso en los labios, ni demasiado largo ni demasiado corto.
—Eres un hombre muy afortunado.
Chasqueó los dedos.
—Vamos —dijo ella—. Tenemos una nave que coger.
El Tercer Horizonte era una nave elegante. Un crucero de clase Emisario, resplandeciente: el culmen del diseño en naves Republicanas, viajando a toda velocidad por el hiperespacio de vuelta a Coruscant. Estaba claro que no era la peor nave en la que se habían subido los Adrens.
Pikka estaba sentada en la plataforma del hangar, acabando un informe de incidencias para Shai Tennem sobre el problema del cableado en la Baliza Starlight.
Lo envió y miró a Joss al otro lado del Hangar, estaba admirando uno de los nuevos Longbeams que eran parte de las naves de apoyo del Tercer Horizonte. Alargados, elegantes y estrechos, los Vigalarga podían servir como naves de pasajeros, cargueros, de salvamento, incluso cruceros de combate de tamaño mediano. Joss se encontraba profundamente inmerso en una conversación con un miembro de la tripulación de cubierta, un twi’lek de piel azul. Joss se reía de buena gana y le daba una palmada en el hombro. Pikka sonrió. Joss era capaz de hacer amigos en cualquier lugar.
Sonó una sirena, y una voz surgió por el sistema de intercom de la nave, alto y claro. Ella miró hacia arriba, escuchando.
—Aquí el Almirante Kronara. Hemos recibido una señal de socorro del sistema Hetzal, en relación a un suceso masivo con víctimas por todo el sistema. Estamos lo suficientemente cerca como para ofrecer ayuda. Cualquier pasajero con experiencia en pilotaje, rescate o emergencias médicas dispuesto a ayudar en las tareas de socorro, póngase en contacto con un miembro de la tripulación.
La intercom se quedó en silencio y Pikka sintió como el Tercer Horizonte salió del hiperespacio. No tenía ni idea de qué podía ser un suceso masivo con víctimas por todo el sistema. La República estaba en paz. ¿Una supernova quizá? ¿Qué podría…?
Lo relevante era que «por todo el sistema» significaba miles de millones de vidas. No hay otra forma de interpretarlo. Sintió una presencia, giró su cabeza, y ahí estaba Joss.
—Tenemos que ver si podemos ayudar —dijo.
Pikka ni siquiera trató de disuadirlo. Ambos podían pilotar una nave, y tenían todo tipo de entrenamiento que podía ser útil en una crisis. Simplemente asintió.
—Te quiero —dijo—. Vamos…
La aventura de Joss y Pikka continuará en el número 200 de la revista Star Wars Insider.
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