Traducción exclusiva del nuevo relato de la serie The High Republic: Starlight – “Peligro Oculto” (Parte 2)

Traducción por Mario Tormo
Segunda y última parte de la tercera historia de la serie antológica Starlight, que cuenta sucesos ambientados en la estación espacial de la Alta República que no se han visto en ningún otro libro o cómic. Justina Ireland remata el relato con una estremecedora revelación. Si no habéis leído la primera parte podéis hacerlo aquí.
Starlight:
PELIGRO OCULTO
(Parte dos)
Anteriormente:
La violencia era lo último que se podía esperar de los reputados científicos reunidos en la Baliza Starlight para la conferencia anual de la Alianza Agrícola Galáctica, y aun así Velko Jahen y Ghal Tarpfen habían tenido que intervenir para detener una pelea brutal. Y justo después se habían encontrado con un desastre aún mayor…
Velko Jahen, administradora de la Baliza Starlight, corría por el vestíbulo detrás de Ghal Tarpfen, jefa de seguridad de Starlight. La mon calamari llevaba un ritmo brutal.
–Todas las unidades, repito, todas las unidades, por favor diríjanse al comedor. Se están produciendo disturbios –la voz de la Maestra Jedi Estala Maru, a través del comunicador de Velko, permanecía calmada e inalterable. Eso era buena señal, ya que Velko estaba suficientemente alterada por los dos.
Velko irrumpió en el comedor unos segundos después que Ghal, deteniéndose en seco. Cuando el Maestro Maru dijo «disturbios», Velko realmente no había entendido lo que quería decir con eso. Esperaba encontrar gente destrozando pantallas y saqueando cosas. Pero la escena que tenía frente a ella se parecía más a una pelea que a unos disturbios: una mujer devaroniana golpeando a un hombre czerialan antes de ser atacada por la espalda por un humano. Un mirialano, en una silla flotante, gritaba de rabia mientras se dirigía hacia un desafortunado ugnaught, que logró apartarse del camino momentos antes de ser golpeado, y la silla flotante se estrelló contra la pared.
La gente estaba peleándose por todos lados en la sala. Y no eran unos cualquiera, estos eran los científicos que se habían reunido en la Baliza Starlight para la conferencia de la Alianza Agrícola Galáctica.
–¿Sigue pensando que pueda ser ‘de mala educación’ disparar a nuestros invitados? –Preguntó Ghal secamente.
Momentos antes, habían tenido que detener una pelea en el vestíbulo principal, y Velko se había horrorizado al ver que Ghal disparaba a los combatientes. No con un disparo láser a máxima potencia, sino con un rayo paralizante diseñado precisamente para esas situaciones. En retrospectiva, había sido una manera rápida de poner orden en el caos.
–No, creo que quizás sea nuestra mejor opción. ¿A menos que tenga otra idea?
–¿Quizás podríamos servir de ayuda? –dijo una voz suave.
Velko se volvió encontrándose a media docena de Jedi detrás de ella. Reconoció a pocos, pero no le sorprendió. Los Jedi siempre iban y venían, y tratar de seguirles la pista a todos ellos en Starlight en un momento dado era como intentar contar estrellas en el hiperespacio.
–Administradora Velko –dijo el más cercano, dando un paso adelante. Reconoció al humano de piel oscura: Gil Jaretto, un Maestro Jedi de visita desde Dubraib, un planeta acuático en la frontera–. ¿Quizás sería mejor dejarnos que nos hiciéramos cargo de este asunto?
–Siempre y cuando puedan contener a los científicos sin que nadie resulte herido –dijo Velko.
Gil inclinó la cabeza en señal de respeto y el grupo de Jedi dio un paso adelante, con las manos levantadas hacia el grupo en el comedor. Durante un instante la refriega continuó hasta que todos quedaron congelados, con expresiones relajadas.
–Oh, gracias a las estrellas… –comenzó a decir Velko, antes de que la pelea estallara una vez más, los Jedi fruncieron el ceño por el esfuerzo mientras trataban de calmar a los combatientes de nuevo.
Ghal hizo un ruido de burla y se encogió de hombros.
–Creo que esa nave ha partido ya –dijo, señalando la gigantesca pelea más allá del umbral–. Así que no, Jedi, esto es algo de lo que nos podemos ocupar nosotros. ¡Ochosiete!
Un droide de seguridad, uno que había aparecido mientras los Jedi reaccionaban, avanzó pesadamente.
–Inicia la represión de multitudes no letal –ordenó Ghal.
–Desplegando la supresión de multitudes –respondió el droide y de su pecho surgió una válvula lanzando espuma, formando un arco en dirección al comedor–. Treinta segundos hasta la supresión total.
–Corten la filtración de aire en el comedor –ordenó Ghal a través del comunicador de su oído. Al grupo que se apiñaba en la puerta les dijo–: Tenemos que dar un paso atrás.
Velko vio fugazmente la espuma expandiéndose por toda la sala, un aroma floral le hizo cosquillas en la nariz, antes de que las puertas se cerraran. Sonrió tensamente a los Jedi, quienes asintieron con reconocimiento, y un incómodo silencio se cernió sobre el grupo hasta que pasó el tiempo necesario.
Las puertas se abrieron nuevamente, revelando a casi un centenar de científicos agrícolas de diferentes especies completamente cubiertos de espuma y durmiendo profundamente.
–Maestro Gil, muchas gracias por su ayuda. ¿Podrían usted y al resto de los Jedi patrullar los corredores para comprobar que no haya mas brotes violentos? Ghal y yo podemos ocuparnos de lo de aquí con el equipo médico –murmuró Velko, ignorando la mirada triunfal que le ofrecía la mon cala.
–Por supuesto, administradora Jahen –el Jedi se alejó y Velko suspiró.
–Necesitamos que examinen a cada una de estas personas. No es así como se comportan los científicos civilizados. Algo causó esto. Algo deliberado.
–¿No crees que todo un grupo de científicos hayan acabado peleándose discutiendo por la mejor manera de regar una cosecha de khema? –murmuró Ghal sarcásticamente.
–No –respondió Velko–. Y tenemos que averiguar qué ha sido antes de que alguien acabe causándose la muerte.
***
–He tomado muestras de aproximadamente la mitad de los alborotadores –afirmó el doctor Gino’le, el anacondan a cargo del centro médico, agitando sus brazos protésicos de metal con agitación–. Cada una de las lecturas es completamente normal.
–¿Nada inusual? –Preguntó Ghal.– Resulta extraño.
Habiendo sospechado de algún tipo de toxina, transmitida por el aire o absorbida a través de alimentos o líquidos, Ghal había asignado equipos médicos para realizar barridos de sensores en los transbordadores en los que habían llegado los científicos, en las habitaciones que se les habían asignado y en todos los lugares donde los miembros de la Alianza Agrícola se habían reunido. Pero no se había encontrado nada, salvo los restos de somnífero de la espuma que el droide de seguridad había dispersado.
–Solo puedo suponer que cualquier cosa a la que estuvieron expuestos, si es que lo estuvieron, tiene una vida media muy corta, y se descompone rápidamente en el sistema circulatorio. Incluso algunos de mis pacientes con metabolismos más lentos han vuelto a lecturas normales. Por lo que me temo que no puedo ofrecerle una buena explicación.
–Frustrante –gruñó Ghal.
El doctor Gino’le le dedicó una sonrisa a Ghal.
–La buena noticia es que los dos a los que aturdió están ahora despiertos. Puede interrogarlos, si lo desea.
El ithoriano y el amani descansaban en pabellones separados del centro médico, aislados por si se daba otro incidente violento, y sujetos mediante correas a sus camas. Velko y Ghal no tenían tiempo que perder, por lo que se separaron: Velko habló con el amani mientras Ghal lo hacía con el ithoriano. Si las agresiones se extendían por toda la estación, no se sabía qué podría pasar. Velko había vivido la mayor parte de su vida luchando en una guerra sin fin, y sabía lo rápido que podía romperse la paz. No dejaría que el caos reinara en Starlight.
–¿Qué me ha pasado? ¿Por qué estoy retenido? –gruñó el amani cuando Velko entró en la habitación.
Su piel verde amarillenta relucía con una pátina viscosa, sus largos brazos y manos tremendamente grandes estaban sujetos a su costado. La punta de su cola se movía con irritación.
–Estuvo en una pelea –dijo Velko–. ¿No se acuerda?
–No recuerdo nada –respondió el Amani confundido.
–Soy la administradora Velko Jahen. Trabajo aquí en Starlight y estoy a cargo de supervisar la conferencia agrícola. ¿Cree que juntos podríamos averiguar qué le sucedió?
–Eso sería lo ideal, administradora. Soy el doctor Prot Xan, biólogo de la Academia Hyko en Hosnian Prime. Esto es muy inusual.
–Estoy de acuerdo –dijo Velko, ofreciéndole al amani una sonrisa con la esperanza de que disipara la tensión que ya arrastraba la conversación–. ¿Puede contarme qué recuerda?
–Yomo y yo habíamos cerrado con llave nuestras dependencias e íbamos de camino a cenar cuando decidimos hacer un recorrido por los jardines de al lado del vestíbulo principal. Estábamos caminando, luego Yomo dijo algo… No estoy seguro de qué, si le soy honesto. Simplemente me sentí molesto y luego enfadado, y lo siguiente que recuerdo es despertarme aquí.
–¿En qué jardines se encontraban? ¿Fueron los jardines de exposición o el jardín de meditación? ¿Recuerda haber visto a algún Jedi? –Ambos eran impresionantes, pero solo dos de muchos, las plantas complementan a los depuradores de atmósfera para mantener fresco el aire de Starlight. Los Jedi tendían a frecuentar el jardín de meditación, más tranquilo.
–Ningún Jedi, pero recuerdo algo. Yomo quería encontrar la propuesta de la profesora Glenna Kip, una versión híbrida de johta, una que se suponía que era más resistente y más fácil de cultivar, especialmente creada para climas áridos. Creo que la encontramos, aunque ahora no estoy seguro. Había una flor, en una serie de enredaderas, con un aroma que me recordaba a mi hogar y las cacerías –el doctor Xan se reclinó, cerró los ojos y respiró de manera constante–. Ahhh, qué tiempos tan maravillosos eran.
El Doctor Xan se enderezó, con sus brillantes ojos negros de amani puestos en alerta repentinamente.
–¿Dijo que estuve en una pelea? ¿Quién era el otro combatiente?
–Un ithoriano. Creo que era tu amigo, ¿Yomo?
–¿Yomo? ¡Oh cielos! Sí, Yomo es ithoriano, pero es mi amigo más antiguo. Fuimos juntos a la universidad. Él fue quien me convenció para orientar mi interés en la biología molecular hacia la agricultura. Oh cielos, oh cielos. ¡Esto está completamente fuera de lugar para Yomo! Es un científico brillante, no de los que se meten en peleas.
Velko le hizo al doctor algunas preguntas más, pero no descubrió nada concluyente, su angustia eclipsó sus respuestas. Tratando de no mostrar su frustración, dio las gracias al amani y se dirigió al vestíbulo del centro médico, donde encontró a Ghal esperando.
–Pues ha sido una pérdida de tiempo –dijo Ghal con un sonido burbujeante que Velko tomó como el equivalente mon calamari a un suspiro.
–Quizá no. ¿El doctor Yomo recordó algo más allá de las enredaderas en flor y una visita a los jardines?
Ghal negó con la cabeza.
–No, por lo cual no nos sirve para nada. ¿Una planta? ¿Cómo puede una planta causar todo esto?
–No estoy segura, pero tal vez haya algo en la planta. Un parásito, por así decirlo. Había una niña humana con una planta extraña. Creo que podría estar involucrada de alguna manera.
Ghal se encogió de hombros.
–Quizá. Vayamos a comprobarlo.
Ghal y Velko recorrieron tres jardines diferentes antes de encontrar las enredaderas en flor que el Doctor Xan había mencionado. Estaban enrolladas alrededor de varios de los árboles y plantas circundantes y parecían fuera de lugar, y aun así Velko las reconoció.
–Justo como pensaba. Necesitamos encontrar a la chica que trajo esa planta ayer. La vi en las escaleras de mantenimiento.
–¿Te has estado relajando de nuevo con tu rutina de ejercicios? –Preguntó Ghal, y Velko se encogió de hombros.
–He estado ocupada.
Ghal estudió pensativamente las retorcidas enredaderas.
–No soy una experta en plantas de superficie pero, ¿no es eso un crecimiento considerable en solo unas pocas horas?
–Un crecimiento sin precedentes. Me preocupaba que se tratasea de un Drengir, pero el hecho de que hayamos estado aquí parados unos minutos y no haya intentado comernos me ha hecho descartar esa idea.
Velko se acercó cautelosamente a una de las enredaderas. No se retorcía, no como el Drengir que había visto, pero parecía activa.
–Cuidado –gritó Ghal, aparentemente desde muy lejos.
Un aroma cítrico amaderado le hizo cosquillas a Velko en la nariz. Parpadeó una y otra vez. La planta que tenía ante ella cambió y se transformó, tomando de repente una forma monstruosa.
–¡Drengir! –jadeó, cogiendo su bláster. Pero el arma había desaparecido, no llevaba nada consigo.
Otro parpadeo y Velko ya no estaba en la Baliza Starlight. En cambio, estaba de vuelta en Soika, su pelotón avanzaba sobre algunas defensas de la colina mientras el fuego de bláster llovía a su alrededor.
–¡Velko! Deja de estar ahí parada y sube la maldita colina para que podamos acabar con ese ese cañón pesado.
Velko se volvió y vio a la capitana adjunta Aila Gris gritándole justo antes de que un rayo láser diera en el blanco. Aila salió despedida un metro hacia atrás, muriendo antes de que su cuerpo golpeara el suelo.
–No, no, no.
Velko entró en pánico tirándose de los pelos. ¿Cómo había vuelto aquí? ¿No había hecho todo lo posible para alejarse lo máximo de este lugar? Tenía que salir de allí y, como tantos otros malos recuerdos de Thyrsus, la única salida era campo a través.
Velko lanzó un puñetazo al combatiente más cercano. Pero el hombre no cayó. En cambio, rugió y se lanzó sobre ella. Velko se agachó, lista para el ataque. Mataría a cualquiera que se interpusiera en su camino.
El hombre cargó contra ella, pero cuando ella le lanzó una patada, él la agarró del pie y la hizo girar, arrojándola contra una columna. Velko se puso de pie, enojada y confundida. ¿Por qué había una columna en el campo de batalla?
El hombre se desvaneció, y tan rápido como había entrado en la pesadilla, Velko se vio de nuevo en los jardines. Ghal estaba a su lado, comprobando con cautela que su mandíbula no estuviera rota. Su expresión, que era generalmente de molestia, mostraba, de alguna manera, desconcierto.
–Impresionante, administradora Jahen. No pensaba que lo tuviera dentro.
Velko parpadeó de nuevo. Una voz, tal vez Rodor Keen, dijo:
–Todavía está un poco confundida. ¿Puedes golpearla una vez más?
Una niebla cayó sobre Velko, fresca y relajante. Y su confusión se desvaneció.
–¿Estoy en Starlight?
–Lo está –Rodor Keen dio un paso adelante, con una amable sonrisa en su rostro.
Detrás de Rodor había una extraña mujer de piel verde recorrida por líneas plateadas. Recordaba levemente a un reptil. Su cabeza iba envuelta en un turbante y su bata de laboratorio estaba salpicada de diferentes componentes multicolor.
–¿Qué pasó? Estaba luchando contra un Drengir y un instante después estaba de vuelta en Soika… –Velko se calló, su cabeza latía con fuerza–. ¿Estaba todo en mi cabeza?
–Una alucinación, me temo. Causada por la floración del johto. Mis disculpas, se supone que no iba a florecer aquí, aún estaba trabajando en esa, ah, poco deseable propiedad –dijo la extraña mujer.
Rodor se aclaró la garganta:
–Velko, esta es la profesora Glenna Kip. Ella es la científica que creó este híbrido. La agresividad que hemos estado experimentando es un efecto secundario de su cruce de la flor johto con una cepa menos violenta de Drengir.
–¿Está hablando en serio? –Preguntó Velko con su rabia incrementándose más aún, esta vez focalizada en un objetivo real.
–Eso mismo he dicho yo –murmuró Ghal, lanzando a la profesora una mirada asesina.
–El regreso de los Drengir me recordó a un proyecto similar que emprendí hace tiempo, aunque diría que la última vez el resultado no fue tan… Fructífero –la profesora intentó esbozar una sonrisa–. La República cree que la resistencia que muestran los Drengir podría ser útil para sembrar cultivos en algunos de los planetas menos fértiles de la frontera. Sin mencionar el valor de saber más sobre los Drengir en caso de que surjan nuevos desafíos en el futuro.
–Tuvimos un motín en el comedor –dijo Velko con voz firme.
–Sí, y le ofrezco mis disculpas por eso –dijo la profesora Kip con una ligera reverencia–. ¿Avon?
Era la pequeña niña humana, con piel de un intenso color marrón, que Velko reconoció como con la que se topó en lo que ahora parecía una vida pasada.
–Avon, ¿todavía tienes ese bloque de sal que te di?
–Sí, profesora Kip –dijo la niña con una sonrisa, sacándolo del bolsillo.
Kip enterró la sal en la maceta e inmediatamente las flores comenzaron a marchitarse y morir. En menos de un minuto toda la planta se había secado, dejando nada más que hojas muertas y ramitas marrones.
–Es increíblemente difícil cultivar johto más allá de la atmósfera de su planeta de origen, y la sal tiene un efecto inmediato en él. Le pasé la lista de componentes del compuesto neutralizante a sus ingenieros ambientales, por lo que no debería haber más efectos nocivos provocados por las flores.
Velko no podía estar de acuerdo con la profesora. Todavía se sentía temblorosa y de mal humor por haber revivido el recuerdo del asalto a Qunatos. Pasaría algún tiempo antes de que se sintiera algo parecido a lo normal.
–Si hibridó muestras de Drengir con un cultivo existente, ¿qué impedirá que otros hagan lo mismo? —Preguntó Ghal–. Ya es suficientemente duro cuando infectan a los vivos, ¿ahora tenemos que preocuparnos de que se siembren ellos mismos?
–Oh, no, eso no sucederá –dijo la profesora Kip con un gesto de desdén–. He intentado crear semillas a partir de los Drengir, y ha resultado completamente imposible. No se pueden sembrar en ningún lado. Limitar su propagación es una de las cosas que la Alianza ha tratado conjuntamente, y nuestros datos indican que nunca, nunca se siembran a sí mismos.
Velko no estaba convencida, pero tenía un fuerte dolor de cabeza y el último lugar en el cual quería estar era cerca de plantas o expertos en ellas.
Ghal le dio una fuerte palmada en el hombro a Velko.
–Venga. Tiene pinta de que le vendría bien tomarse algo, y no estoy hablando de té tarine.
–¿Qué pasa con la Alianza Agrícola Galáctica? –gritó Rodor a Ghal y Velko mientras se alejaban–. ¡Apenas se han instalado!
–Le diré a la profesora Qwasa que le busque si tiene alguna pregunta –respondió Velko.
–Realmente quiero que me enseñe ese puñetazo de nuevo, cuando esté lista –le confesó Ghal.
Velko hizo una mueca de dolor.
–Lamento mucho eso –dijo.
–No lo sienta –se rió Ghal con un extraño resoplido de su garganta–. Es la primera vez que me ha caído bien.
FIN.
En el próximo número de la revista Insider tendremos un relato completamente nuevo llamado Past Mistakes y escrito por Cavan Scottt. Si queréis leer los relatos anteriores tenéis los enlaces a continuación:
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