El Camino de la Mano Abierta en el extracto exclusivo de la novela Star Wars The High Republic: Path of Deceit

Traducción por Alex Randir.
¡SPOILERS DE LA FASE 1 A CONTINUACIÓN!
Al comienzo de 2021 se encendió una chispa en el mundo editorial de Star Wars cuando llegó la primera oleada de novelas ambientadas en la época de la Alta República, donde los Jedi estaban en su punto más álgido. Pero esa fuerza se hizo pedazos al enfrentarse a los fieros anarquistas Nihil, encabezados por Marchion Ro, quien no sólo quería desmantelar a los Jedi, sino a toda la República Galáctica, que los veía como invasores del vastamente poco colonizado Borde Exterior.
A medida que la oleada final de la Fase I de La Alta República llegó a su fin esta primavera, la iniciativa multimedia cambió de tercio, desplazándose 150 años antes de los eventos que vieron la destrucción del Faro Starlight. Collider se complace en compartir para nosotros en exclusiva el capítulo 4 de la novela para jóvenes adultos Path of Deceit, de Justina Ireland y Tessa Gratton, antes de su lanzamiento el día 4 de Octubre… y nosotros hacemos lo propio traduciendo este fragmento.
En Path of Deceit la Caballero Jedi Zallah Macri y su Padawan, Kevmo Zink, viajan al planeta fronterizo Dalna para investigar el robo de la preciada Vara de las Estaciones, perteneciente a la Reina de Hynestia. Es en Dalna donde Kevmo conoce a Marda Ro, una devota seguidora de El Camino de la Mano Abierta, un grupo que cree que «la Fuerza es libre» sin que los Jedi puedan interferir con la energía mística que nos rodea y nos une.
A pesar de que sus creencias están en desacuerdo, Kevmo y Marda se atraen mutuamente, pero su intrigante conexión no es lo único alarmante que sucede en Dalna. La Madre, una ex refugiada acogida por El Camino de la Mano Abierta, se ha convertido en su líder gracias al poder de sus visiones y de los pequeños milagros que parecen fluir a través de ella. Pero su liderazgo se pone en duda cuando se comienza a centrar en comprar caros artefactos de la Fuerza mientras sus seguidores luchan por sobrevivir.
A medida que los Jedi intentan obtener el artefacto robado de la Reina, Los Niños (los jóvenes acólitos que efectúan los robos de artefactos para La Madre) se ven envueltos en un plan siniestro después de que la prima de Marda, Yana, revele sus intenciones de abandonar El Camino, algo que La Madre no tiene intención de permitir.
En este extracto exclusivo, Kevmo conoce a Marda y se siente atraído por ella desde su primera interacción. Este pequeño y dulce pasaje prepara el escenario para una novela plagada de intriga, drama, y de una narración convincente, que mantendrá a los lectores enganchados hasta sus últimas páginas.
Conozcamos a Kevmo y Marda:

«Cuando el esquife rompió la atmósfera de Dalna, Kevmo Zink no pudo permanecer quieto. Su talón izquierdo bailaba ligeramente contra la cubierta de metal como única forma de liberar su energía. El resto de su cuerpo se centró en guiar los controles mientras pilotaba hacia la baliza de acoplamiento en Ferdan.
Kevmo aún no podía ver la ciudad, y rozó los picos de tres volcanes hacia ese bosque púrpura y verde que había bajo sus pies. Quería detenerse y girar la nave para dar un alegre paseo alrededor del borde norte del supercontinente mientras ardían los soles rojos. Los esquifes hacían giros perfectos para separarse, y el cielo era perfecto. Pero estaban de caza, y Kevmo sabía por experiencia que el argumento de que las acrobacias le ayudaban genuinamente a concentrarse y con su relación con la Fuerza no comulgaban con su Maestro. Y… probablemente era lo mejor.
«Kevmo», solía decir la Jedi Soikan con su voz más agradable.
Detuvo su pierna y sonrió para disculparse sin mirarla. Tomando un profundo respiro, Kevmo contuvo sus pensamientos y calmó las hebras de su conciencia, que constantemente estaba en alerta. Revisó los rodamientos del esquife y accionó el interruptor de comunicación, indicando su aproximación a la baliza. En el Borde Exterior los espaciopuertos más pequeños a menudo no estaban supervisados, y Ferdan no era una excepción, teniendo sólo un droide que administraba la baliza. No tenía absolutamente ningún sentido que la Vara Hynestia de las Estaciones hubiera sido llevada de contrabando a Dalna. Sin embargo, ahí estaban.
La Reina de Hynestia estaba furiosa por el robo de su Vara y exigió la ayuda de los Jedi, pero los culpables no habían dejado nada atrás. Habían entrado y salido con sorprendente facilidad, dada la seguridad del Palacio. El robo había tenido lugar durante una época en la que muchos grupos distintos de personas visitaban la ciudad capital, más de lo habitual gracias a una festividad local. Kevmo y Zallah habían examinado las pruebas de inmigración durante horas en busca de posibles pistas, y la mejor que habían encontrado era que un grupo misionero de Dalna se había registrado en la autoridad espacioportuaria durante dos días, además de un rumor de que había un comprador especialmente interesado en artefactos relacionados con la Fuerza en Dalna. El planeta no había sido una prioridad para los Jedi porque nadie había resultado herido, y hasta entonces no había habido robos obvios, por lo que sabían. Todos tenían derecho a la Fuerza, siempre y cuando los artefactos fueran adquiridos de forma legal y segura.
Esta parte de Dalna parecía, desde lo alto, un fértil paraíso agrocultural para Kevmo. Volcanes nevados rodeaban el valle del río. Altos árboles de color púrpura y rojo verdoso que se extendían bordeando el río, derramándose en una pradera ondulada que brillaba gracias a los amplios depósitos de ópalo como charcos arcoiris. La ciudad de Ferdan no se parecía mucho, pero Kevmo apostó a que tenían fruta y productos horneados realmente deliciosos.
El droide que gestionaba la baliza del espaciopuerto los reconoció, y Kevmo impulsó el esquife hacia su descenso final.
Fue un descenso simple, y en el momento en que el tren de aterrizaje hizo contacto con el suelo, Zallah desabrochó su arnés de seguridad y abandonó la cabina. Kevmo activó los procedimientos de cierre del esquife y se unió a ella, tomando sus enseres. Se quedarían en Ferdan, porque a pesar de que Kevmo y Zallah no estaban asignados actualmente a un equipo de Pioneros de la República, parte de su misión incluía ese tipo de trabajo: presentarse ante los nativos para aprender todo lo posible sobre sus necesidades y opiniones, explorar ubicaciones potenciales para futuros puestos para los templos, y buscar niños sensibles a la Fuerza.
La mayoría de los planetas que habían visitado tenían su propia población indígena inteligente, pero nada comparable a los evolucionados habitantes de Dalna, y el planeta había sido colonizado una y otra vez de forma notablemente desordenada… probablemente debido al inestable cinturón de súper volcanes que básicamente rodeaban todo el planeta.
Sin embargo habían estado en silencio durante más de un siglo, y Ferdan era el corazón de uno de varios centros agrarios, así como de un aparente puesto avanzado de contrabandistas de mercado abierto. Justo en medio de una enorme caldera subterránea.
En su litera, Kevmo introdujo su capa en su mochila y ató sus pesadas trenzas negras a un palo en la nuca, con cuidado de dejar libre la pequeña trenza de Padawan, y que cayese hacia adelante sobre su hombro. Luego tiró de ella, un recordatorio de su viejo hábito, cuando la había tenido por primera vez, porque la presencia de esa trenza específica le reconfortaba, le recordaba dónde pertenecía – igual que los brillantes tatuajes de clan dorados en forma de líneas que surcaban sus mejillas doradas.
Entonces Kevmo se sonrió a sí mismo, emocionado, y se apresuró a unirse a Zallah donde le esperaba con sus manos entrelazadas calmadamente a su espalda. No le miró, pero cuando salió tras ella, vibrando de anticipación, hubo una diminuta impresión en la esquina de sus labios azules como el hielo. Una que él había aprendido a leer como una micro expresión de diversión.
Ella ladeó la cabeza inquisitivamente, y él asintió: estaba listo. Se estiró para darle un golpecito a la palanca que abría el esquife.
Llamar espaciopuerto a esa franja de tierra rosada donde Kevmo había hecho aterrizar el esquife resultó ser extremadamente generoso. Kevmo rió ligeramente cuando el barro se aplastó al extenderse la rampa de embarque. Pero el aire olía bien, como a lluvia y a flores astringentes tras el escape de la nave. Se centró lo más rápidamente posible y siguió a Zallah por la rampa.
La ciudad se esparcía con edificios pequeños de una o dos plantas de piedra rosa y madera pálida nudosa que, claramente, había sido extraída de un río. Al igual que muchos asentamientos fronterizos, era una combinación de construcción local y viviendras preempaquetadas. Para Kevmo estaba lleno de potencial. La gente de allí no tenía muchas cosas, pero hacían uso de todas sus ventajas.
Se detuvieron en la oficina portuaria, y Kevmo rellenó el registro obligatorio de aparcamiento de su esquife, luego pagó las tasas junto a un pequeño extra. No podía evitarlo. Sólo había otras dos naves en el puerto, una transportista de carga y un crucero de recreo deteriorado, obviamente reutilizado. Ferdan necesitaba los créditos.
Mientras se dirigían a la ciudad, Kevmo asimiló todo lo que pudo mientras Zallah se desplazaba a su lado. Las calles estaban llenas de gente de toda la galaxia. Kevmo reconoció muchas especies: Mon Calamari, humanos, Chagrianos, una familia de Grans, e incluso un Wookiee que estaba muy lejos de casa, pero había varias personas que le resultaban totalmente extrañas. Todos tenían el aspecto cansado de los refugiados y los agricultores rústicos, y prestaban poca atención a Kevmo y Zallah, a pesar de sus túnicas Jedi y los sables de luz que colgaban de sus cinturones. Zallah atrajo algunas miradas por su elegancia y comportamiento frío, pero Kevmo se mantuvo bajo los radares de la gente. Allí eran tan amenazadores como cualquier cara nueva. A Kev le gustaba: cuanto más se acercaba uno a Coruscant, más opiniones tenían todos sobre los Jedi. Y esas opiniones, fueran buenas o malas, se interponían en su trabajo.
Zallah hizo una pausa en una amplia encrucijada. Su mirada la llevó a la taberna del otro lado del camino y al holo parpadeante que se proyectaba desde los aleros del primer piso, afirmando que había habitaciones en alquiler. Kevmo asintió.
«Alquilaré habitaciones y buscaré información en el bar», dijo su maestra. «Tú ve a ese mercado en busca de suministros y haz lo que mejor se te da.»
Kevmo asintió y le entregó su mochila. A lo que ella se refería era a hacer amigos con todos los que se cruzasen en su camino. Para la puesta de sol, habría comenzado a tejer una nueva red de rumores en Ferdan.
Zallah lo estudió durante un momento y luego le comentó: «Recuerda la diferencia entre creer en tus sentimientos y expresarlos de manera entusiasta.»
Una risa burbujeó en su pecho, pero logró ahogarla y sólo responder con una sonrisa. La piel azul y blanca alrededor de los ojos de Zallah se tensó en una versión de entornar los ojos.
Con una pequeña y alegre reverencia, Kevmo volvió sobre sus pasos y salió en dirección contraria a la taberna, hacia el atareado mercado.
El sol de la tarde centelleaba sobre el metal oscuro de los puestos que bordeaban la calle del mercado mientras los vendedores gritaban en varios idiomas, pero principalmente en básico. Kevmo dejó atrás frutas de color rojo rubí y verduras de hojas naranjas, nueces confitadas, gallinas de hierba ya atadas y colgadas por sus patas. Charló con un viejo Rodiano que atendía una cabina de protectores solares personales, y lo encantó para que le describiera un mapa de los barrios de la ciudad. Una familia de humanos, todos cubiertos de pecas, que vendían purificadores de agua y frascos de verduras en escabeche elaboradas en la población local, incluido el campamento más nuevo de refugiados de Eiram y E’ronoh, y los cultistas cercanos llamados «El Camino de la Mano Abierta». Esos eran los que habían estado en Hynestia Prime, pero Kevmo trató de ocultar su profundo interés en ese objetivo. El mercado estaba repleto de gente de toda la galaxia chocando con él, gritando, riendo, regateando… y Kevmo lo respiró todo.
Quería detenerse en mitad del mercado, rodeado por todo ese caos y vida, y simplemente ponerse a meditar. La Fuerza se arremolinaba a su alrededor: Kevmo estaba bastante seguro de que podía vibrar con ella si cerraba los ojos y la liberaba. La Fuerza era tan brillante, al igual que los soles que brillaban sobre sus cabezas, y era ruidosa, llena de luz y vida.
Kevmo tuvo que hacer una pausa a la sombra de un puesto de zumo para recordarse a sí mismo que debía centrarse. Él era un ser, parte de la Fuerza viviente, pero individual. Eran esos límites los que necesitaba mantener, lo que lo separaba de los demás, del suelo, el cielo y las estrellas. Necesitaba bloquear el glorioso flechazo de la vida a su alrededor, y necesitaba comprarse a sí mismo y a Zallah algo de cena.
Buscó la Fuerza, dio la bienvenida a su cálido flujo, permitiéndose sentir cómo pulsaba en su corazón, y luego, justo cuando lo inundó, cuidadosamente, a propósito, redujo sus conexiones. La Fuerza se atenuó, estrellas distantes en lugar del sol abrasador, y Kevmo sonrió.
Se secó el sudor de la frente, movió sus trenzas hacia atrás, sobre su hombro y abrió los ojos.
Lo primero que vio fue a una hermosa niña con túnicas lisas y sin teñir, rodeada de niños y flores. Su cabello negro era elegante y se retorcía en un nudo por su cuello gris oscuro, que estaba adornado con pequeñas flores blancas y amarillas. Tres ondas azules marcaban su frente, recordándole los tatuajes de su familia. Ella sonrió dulcemente mientras daba la vuelta a uno de los niños, indicándole que ofreciera un pequeño ramo de esas mismas flores a un transeúnte. Mientras Kevmo lo miraba fijamente, la chica de repente lo observó: sus ojos eran sólidamente negros, tan negros como el espacio, y por un momento pudo jurar que vio estrellas brillar en ellos.
Kevmo ni siquiera trató de evitar dirigirse hacia ella.
Ella estaba entre un grupo de jóvenes: una Rodiana, un Mikkian, dos adorables Klatooinianos, tres humanos, un Gran y un pequeño Mon Calamari que estaba literalmente rebotando en su sitio. Ocupaban una de las mesas oxidadas en ese extremo del mercado, disponibles para que cualquiera las usara, vendiendo, no, regalando flores. Las rosas blancas del río flotaban en cuencos llenos de agua, y ramos de flores de los prados, starium naranjas marchitos y plumas aleatorias estaban dispersos por la mesa. Tenían una pequeña pancarta con palabras en Aurebesh pintadas en azul vivo: El Camino de la Mano Abierta. Libertad, armonía, claridad.
Oh. Él había ido directamente hacia ellos.
Kevmo se detuvo al alcance de la mesa y le sonrió a la niña. «Hola».
Sus pestañas revolotearon mientras miraba hacia otro lado. «Hola». Sus ojos volvieron a encontrarse, como si no pudieran hacer nada más que observarse.
En la lengua de Kevmo se empezaron a gestar unas palabras de presentación mientras la estudiaba, sintiéndose aún más cálido que antes. Sus labios se separaron, pero de ellos no brotó ninguna de sus habituales conversaciones fáciles. Él quería…
De repente, la niña se lanzó hacia delante para agarrar la muñeca de la pequeña Rodiana, que a su vez estaba intentando alcanzar el sable de luz de Kevmo. «Hallisara», dijo la niña con un poco de pánico mientras le apartaba la mano a la Rodiana.
Kevmo inclinó su cuerpo hacia atrás, dejando escapar una ligera risa. «Hallisara, ¿verdad?» Se agachó. «Esto no es un juguete, pero mira». Desabrochando el sable de luz, lo sostuvo cuidadosamente en ambas manos. «Puedes tocarlo aquí, a lo largo del agarre, con suavidad».
Las antenas turquesas de la pequeña Rodiana se crisparon, y extendió la mano para colocar un dedo terminado en ventosa exactamente donde Kevmo había indicado. Sus grandes ojos negros se abrieron aún más, y dijo: «Oh», muy reverentemente. Kevmo pensó que los Rodianos veían un espectro de luz diferente al de los Pantoranos, pero no estaba seguro de cuál. Para él, su sable de luz era precioso, chapado en oro rojo y una aleación que reflejaba el sol como un espejo, pero tal vez la niña vio algo totalmente diferente.
«¿Qué es?», Preguntó la chica a cargo de todos los jóvenes.
«Un sable de luz». Kevmo la miró. «Un arma».
Su bonita boca se curvó hacia abajo. Sus profundos ojos negros eran increíbles, incluso cuando estaba preocupada. Kevmo podía ver todavía la luz en ellos, y trazas de una sombra gris más oscura que iba hacia sus orejas, ligeramente festoneadas. No tenía ni idea de quién era su gente. Era completamente nueva para él. Y él no quería creer que ella era una ladrona. Se puso de pie, sosteniendo la mirada mientras devolvía su sable de luz a su cinturón. «Mi nombre es Kevmo Zink», dijo. «Acabo de aterrizar en Dalna».
La niña parpadeó y pasó sus manos por su túnica lisa. «Soy Marda Ro, del Camino de la Mano Abierta. Estos son nuestros mayores Pequeños». Indicó a los nueve niños que la rodeaban. Uno de los humanos se escondió detrás del brazo de Marda, el Mikkian torció dos de sus zarcillos amarillos vivos de la cabeza, los dos hermanos Klatooinianos sacaron sus mandíbulas inferiores para mostrar sus grandes dientes romos, y el resto le sonrió.
«¡Me gustan tus tatuajes!», gritó el Mon Calamari rebotando, haciendo parpadear sus ojos bulbosos uno tras el otro.
Kevmo se rió. «Gracias, joven. Eran de mi familia biológica». Ya tenía los tatuajes cuando lo llevaron al Templo, y aunque honró el linaje de la poesía Pantorana, los Jedi eran su familia. Dirigió su mirada hacia las ondas azules de la frente de Marda.
Ella acercó sus manos como para tocarlos, pero no lo hizo del todo. «Estos son para la Fuerza».
Kevmo se sobresaltó. «¡La Fuerza! ¿El Camino de la Mano Abierta se trata de la Fuerza?» Eso explicaría por qué estaban involucrados en el robo de artefactos relacionados con la Fuerza. Si es que lo estaban.
Marda asintió lentamente, tímida o vacilante ante tanto entusiasmo.
Recordando el consejo de su Maestra, Kevmo se contuvo un poco. «Conozco la Fuerza», dijo suavemente.
Justo en ese momento, el más pequeño de los niños humanos chilló cuando un planeador de miel azul brillante saltó desde su hombro, donde debía haber estado escondido bajo su maraña de cabello rojo. El planeador extendió sus membranas alares y se deslizó por el aire para aterrizar en la cúpula de la cabeza del Mon Calamari. El niño se rió mientras la cara del niño humano al que el animal había abandonado se arrugaba con dolor, y el Mon Calamari dijo: «¡Debe ser mi turno, Simi!»
El viejo Klatooiniano ladró: «¡Un regalo que se da gratis, Simi!»
Silenciando a los niños burlones, Marda tiró suavemente de los rizos enredados de Simi para calmar al humano que lloraba. Ella deslizó a Kevmo una mirada de disculpa. Él quiso frotar su nudillo a lo largo de la parte alta de su pómulo.
Kevmo miró abruptamente hacia otro lado, un poco sorprendido de sí mismo. Se suponía que no debía estar pensando tales cosas.
Se reunió recordando lo cuidadoso que necesitaba ser con sus apegos, y lo susceptible que era a la fantasía y el entusiasmo. Necesitaría pasar más tiempo meditando esta noche y tal vez desgastarse por completo practicando las formas de lucha con el sable de luz. Aún así, a pesar de que todo esto era lo más importante en su mente, Kevmo se arriesgó a mirar hacia atrás.
Marda esperó pacientemente, sin vergüenza, a ser sorprendida mirándolo mientras se componía. El tirón de su mirada se mantuvo fuerte como un rayo tractor. Kevmo logró ofrecerle una sonrisa torcida.
Mientras se la devolvía, Marda sacó una de las rosas del río de un cubo. Goteó contra la mesa de metal cuando se la ofreció a Simi. «¿Le harás este regalo a nuestro nuevo amigo?»
Kevmo esperó pacientemente a que el niño humano se terminase de arrastrar por debajo de la mesa y saliera a la calle a su lado, con la rosa acunada en sus palmas huecas. Kevmo se agachó de nuevo.
«Un regalo que se da gratis», dijo Simi casi demasiado suavemente para ser escuchado en el caótico mercado.
Kevmo alcanzó con la Fuerza para levantar la rosa de las manos de Simi y la hizo flotar durante el breve lapso entre ellos, hasta que pudo atraparla con la punta de su primer dedo.
Esperando risas o tal vez incluso algunos aplausos encantados, Kevmo frunció el ceño ante el repentino silencio dramático. Se volvió para ver a todos los niños boquiabiertos, y a la hermosa Marda mirándolo con horror abyecto.
«¡Para!», sollozó ella, y Kevmo estaba tan sorprendido que la rosa de río voló de su dedo y cayó al suelo.»

La novela The High Republic: Path of Deceit se publicará en próximo 4 de octubre en los Estados Unidos.
Fuente: Collider.
Muchas gracias por la traducción del extracto! Con muchas ganas que me llegue ya el libro, en cinco días me llega 😀
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